En la provincia china de Anhui, dos huevos de dinosaurio casi del tamaño de un balón de balonmano han sorprendido a los paleontólogos. Al abrirlos no aparecieron huesos ni restos de embrión, sino grandes cristales de calcita en el interior de la cáscara. El estudio que describe el hallazgo propone una nueva ooespecie de huevo de dinosaurio llamada Shixingoolithus qianshanensisy sitúa un nuevo punto de cría de estos animales en la cuenca de Qianshan.
Los huevos proceden de la Formación Chishan, un paquete de rocas rojizas del final del Cretácico que hoy aflora en un geoparque cercano al Monte Tianzhu. En aquel tiempo la zona era un paisaje de ríos y lagos donde los dinosaurios ponían sus huevos en las orillas. Ahora los dos ejemplares conocidos se conservan en el Museo Geológico del Monte Tianzhu.
A simple vista llaman la atención por su forma casi esférica. Miden algo más de trece centímetros de diámetro y la cáscara, de tono marrón apagado, tiene entre uno y medio y casi tres milímetros de grosor. Uno de los huevos se fracturó y dejó ver en su interior agregados brillantes de calcita. El equipo interpreta que el contenido original se perdió y que el espacio quedó hueco. Después se llenó con agua subterránea rica en minerales, que cristalizó con el tiempo y convirtió el huevo en una especie de geoda natural.
Para entender qué tipo de huevo tenían entre manos, los científicos recurrieron al microscopio. Prepararon láminas muy finas de cáscara y observaron unidades alargadas y muy juntas, parecidas a columnas microscópicas, junto a una zona interna con microestructuras radiales densas. Este patrón general encaja con la oofamilia Stalicoolithidae, un grupo de huevos fósiles ya conocido en otras regiones de China, pero el tamaño y la densidad de las microestructuras no coincidían con ninguna ooespecie descrita. Por eso proponen Shixingoolithus qianshanensis, con huevos algo mayores y microestructuras radiales más bajas y numerosas que las de sus parientes conocidos.
En este tipo de estudios los huevos se clasifican con un sistema paralelo al de los esqueletos y se habla de oofamilias, oogéneros y ooespecies cuando solo hay cáscaras fósiles. Son categorías que agrupan fósiles con rasgos de cáscara parecidos aunque se desconozca el animal exacto que los puso. En el caso de Shixingoolithus qianshanensis, el grosor y la microestructura de la cáscara apuntan a dinosaurios ornitópodos, herbívoros bípedos con hocicos anchos que recuerdan a los patos. De momento no se ha encontrado ningún esqueleto asociado, así que se trata de una atribución cautelosa basada en la comparación con otros huevos.
La nueva ooespecie tiene un interés que va más allá de la curiosidad por los cristales. Es el primer rastro relacionado con dinosaurios descrito en la cuenca de Qianshan, una zona conocida sobre todo por sus mamíferos y otros vertebrados del Paleoceno. Esto indica que en el final del Cretácico la cuenca funcionó también como zona de puesta en un ambiente fluvio lacustre y añade una pieza al puzle de cómo cambiaron los ecosistemas de Asia oriental en el paso al mundo posterior a la extinción de los dinosaurios.
China se ha convertido en una especie de laboratorio al aire libre para este tipo de investigaciones, con más de una docena de oofamilias y decenas de oogéneros descritos en distintas cuencas. Muchos huevos se conservaron gracias a sedimentos rojizos y capas de ceniza volcánica que cubrieron rápido los nidos, lo que hoy permite localizar antiguas zonas de puesta y fechar los estratos con bastante precisión.
En Qianshan, la nueva ooespecie servirá como referencia para ajustar la separación entre las rocas del final del Cretácico y las del inicio del Paleoceno, un dato útil cuando se intenta reconstruir el clima y la vida de épocas tan lejanas. Aun así quedan muchas preguntas abiertas. No se sabe cuántos huevos formaban parte del mismo nido ni si la mineralización que ha generado los cristales de calcita fue un fenómeno raro o relativamente común en huevos vacíos enterrados.
Lo que sí parece claro es que cada nuevo huevo bien estudiado añade una pieza más al relato de cómo vivían y se reproducían los dinosaurios. En este caso, dos pequeñas esferas que hoy caben en una vitrina resumen una historia que combina biología, agua subterránea y tiempo geológico. Una historia silenciosa que ha permanecido encerrada millones de años y que ahora empezamos a leer con ayuda del microscopio.
El estudio completo ha sido publicado en la revista «Journal of Palaeogeography».





