Vivir en la ciudad tiene sus ventajas, pero también un castigo que todos sentimos en verano: el calor. El asfalto y el hormigón absorben sol durante todo el día y liberan esa radiación por la noche, convirtiendo las áreas urbanas en verdaderas «islas de calor». No es solo una sensación de agobio. Se trata de un problema real que nos obliga a depender masivamente del aire acondicionado. Esto se vuelve un circulo vicioso. Para estar cómodos dentro de nuestra casa, gastamos cantidades enormes de energía eléctrica, lo que a su vez genera más calor en el exterior y fuerza aún más al sistema.
Una crisis silenciosa
En simultáneo a esta crisis energética, convivimos con otra que es igual o más urgente: la falta de agua. Ya no es un problema exclusivo de las zonas desérticas. El estrés hídrico afecta a regiones que son tradicionalmente húmedas. Los sistemas centralizados que usamos para llevar agua potable a las casas están cada vez más presionados por el clima y el crecimiento de la población.
La búsqueda de nuevas fuentes de agua dulce se convirtió en una carrera contrarreloj. Dependemos de la lluvia y de los ríos. Pero ahora, los investigadores están viendo otra forma de obtener este recurso. ¿Y si pudiésemos «cosechar» agua del aire que nos rodea? La atmósfera está cargada de humedad, incluso en los climas más secos. Encontrar una forma de recolectar esa humedad podría cambiarle la vida a millones de personas, especialmente a las comunidades aisladas o rurales que tienen un difícil acceso.
Australia crea la solución en una pintura
¿Y si una sola solución pudiera atacar estos dos problemas gigantes al mismo tiempo? Suena a un relato sacado de ciencia ficción. Sin embargo, es exactamente lo que han desarrollado investigadores de la Universidad de Sídney junto a la startup Dewpoint Innovations. Se trata de un recubrimiento, muy parecido a una pintura, que enfría los edificios de forma pasiva. Además produce agua potable sacándola del aire.
Lo más revolucionario es cómo enfría. No es la típica pintura blanca que usa dióxido de titanio. Esas pinturas reflejan bien la luz, pero suelen generar mucho deslumbramiento y se degradan rápido con el sol. Esta nueva tecnología está hecha de un polímero poroso (PVDF-HFP). Su «magia» está en la nanoestructura. Esa porosidad interna refleja hasta el 97% de la luz solar, pero la dispersa (sin encandilar) e irradia el calor. El resultado es que la superficie se enfría hasta 6 grados centígrados por debajo de la temperatura ambiente.
¿Cómo un techo transforma el aire en agua?
Las dos funciones logran unirse de forma maravillosa. Esa superficie que está 6 grados más fría que el aire que la rodea se convierte en un imán para la humedad. El proceso es exactamente el mismo que vemos en el espejo de nuestro baño después de una ducha caliente. El vapor de agua del aire choca contra la superficie fría y se condensa, formando gotas de agua pura.
En condiciones óptimas el sistema puede llegar a recolectar hasta 390 mililitros de agua por metro cuadrado al día. Si hacemos los cálculos apropiados, un techo pequeño podría captar aproximadamente 4,7 litros de agua diarios, suficientes para cubrir las necesidades de agua potable de una persona.
Esto no es solo un experimento de laboratorio que se estropea al mes. El equipo probó la pintura durante seis meses en una azotea de Sídney, aguantando el sol australiano más duro sin mostrar degradación. Y demostraron que no solo funciona en climas húmedos: el rocío se forma igual en regiones áridas, donde la humedad relativa sube durante la noche. En las pruebas, lograron recolectar agua en más del 30% de los días del año, incluso sin lluvia. En Australia parecen haber dado un gran paso frente a la crisis climática.











