Muchos años hemos pensado que el mundo digital se ha presentado como un avance limpio y eficiente. Los servicios en línea y las aplicaciones impulsadas por inteligencia artificial ya forman parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, detrás de esa aparente inmaterialidad se esconde una estructura física enorme que sostiene todo ese ecosistema. Cada búsqueda, video o mensaje requiere que centros especializados procesen y almacenen una gran cantidad de información. Estas instalaciones, que funcionan todo el día, están creciendo con rapidez en distintos lugares del planeta.
Un nuevo motor del mundo conectado
La revolución tecnológica trajo consigo beneficios evidentes. Acceso inmediato a la información, automatización de tareas y una conectividad sin precedentes son algunos de ellos. Esta expansión tecnológica ha generado una infraestructura gigantesca que sostiene todo lo que ocurre en línea. Desde las plataformas más comunes de entretenimiento hasta las herramientas de inteligencia artificial, cada proceso depende de enormes instalaciones dedicadas a almacenar y procesar.
Estos espacios se convirtieron en el último tiempo en una pieza esencial de la economía moderna. Funcionan tanto de día como de noche, mantienen en marcha servicios que usamos a diario y garantizan la fluidez de la información. Su construcción implica inversiones de miles de millones y una carrera entre países por atraer a las grandes corporaciones tecnológicas.
España no es la excepción. En los últimos años, Madrid, Aragón y Castilla se han posicionado como centros neurálgicos de esta expansión. Las autoridades y empresas destacan los beneficios económicos y laborales, pero todavía son pocas las discusiones sobre los costos asociados a mantener estas infraestructuras.
¿Qué está pasando en Estados Unidos?
Estados Unidos nos ofrece una imagen adelantada de los posibles efectos de este modelo. Según los informes publicados, la Agencia de Información Energética estadounidense advirtió que el consumo eléctrico de los centros de datos podría multiplicarse hasta cuatro veces en los próximos años. En algunos estados donde se encuentran las mayores infraestructuras digitales, la demanda energética ya está presionando el suministro.
El impacto no está solo en cuestiones técnicas. Las facturas de electricidad de algunos hogares estadounidenses han aumentado y, expertos apuntan a la relación entre ese encarecimiento y la expansión de los servidores. Las instalaciones que dan vida al internet y a la inteligencia artificial están absorbiendo una porción considerable de la energía disponible y esto podría traer problemas.
España se enfrenta a un desafío
España está viviendo un auge similar. Los proyectos de construcción de centros de datos empiezan a multiplicarse y grandes compañías internacionales están invirtiendo para convertir al país en un punto clave dentro del mapa digital europeo. A corto plazo, esta tenencia promete crecimiento económico y empleo, pero es necesario mirar hacia afuera y planificar el impacto energético que puede tener.
Los sistemas de inteligencia artificial y las operaciones de procesamiento requieren cantidades descomunales de electricidad. Cada modelo de IA que se entrena y cada nueva aplicación que se lanza añaden más presión a las redes eléctricas. Si España repite el patrón de Estados Unidos, el aumento del consumo podría verse reflejado, en algún momento, en las facturas de los hogares.
España , que hoy representa uno de los destinos preferidos para este tipo de infraestructuras, tiene la posibilidad de aprender de lo que está ocurriendo afuera. En Estados Unidos, la presión sobre la red eléctrica y el aumento de las facturas son señales claras de que se trata de un modelo que tiene que ser revisado. Si la revolución digital vino para mejorarnos las vida, deberá hacerlo sin trasladar el costo energético del progreso a las personas. De lo contrario, lo que celebramos como una innovación puede convertirse mañana, en un gran problema.











