La transición hacia la energía limpia ha desatado una fiebre por encontrar los materiales que la hacen posible. Estos minerales son tan vitales para el futuro que ahora los países están mirando a la última frontera inexplorada del planeta: el fondo del océano. Los mares esconden un tesoro de metales, pero tocarlo podría desatar una catástrofe global que afectaría desde el clima hasta la comida que llega a nuestras mesas, por lo cual, hay que pensar muy bien cada decisión que se vaya a tomar. Acá te contamos los detalles.
Un tesoro muy peligroso
Pese a las advertencias de los científicos y las organizaciones ecologistas, varias naciones y empresas, impulsadas por la desesperación de no depender de China para obtener estos materiales, están acelerando los permisos para comenzar la explotación a gran escala. Esto ha creado una batalla entre la ambición tecnológica y la protección de la vida marina.
La “energía prohibida” son los minerales críticos, como el cobre, el níquel y las tierras raras, que se extraen mediante la minería submarina. Las consecuencias nefastas se deben a que los residuos de esta minería envenenan el alimento de la vida marina en la zona media del océano, rompiendo la cadena alimenticia que sostiene a los peces comerciales. España y otros 37 países han dicho ¡alto! y piden que se prohíba temporalmente esta actividad.
La verdad de la minería submarina
Si te sorprendiste con la caja negra que logra lo imposible, debes quedarte a conocer lo que pasa con la minería submarina, la cual consiste en perforar el fondo del océano, a profundidades de más de 4000 metros, para extraer unas «rocas» conocidas como ‘nódulos polimetálicos’. Estas rocas son increíblemente ricas en metales valiosos como el cobre, el cobalto, el zinc y las Tierras Raras, que son esenciales para construir baterías y tecnología militar.
El gran peligro, según un estudio de la Universidad de Hawái, no está solo en el fondo del mar, sino en las aguas intermedias (conocidas como la «zona crepuscular», entre 200 y 1500 metros de profundidad). Cuando las máquinas extraen los nódulos, deben devolver al océano grandes cantidades de agua sucia y sedimentos finos. Estos residuos forman una «nube turbia» que se dispersa.
El problema es que esta nube de partículas es del mismo tamaño que el alimento natural del zooplancton (animales diminutos), que sostiene la vida en el océano. Si estos organismos ingieren los residuos, que los científicos han calificado como «comida basura», enferman y mueren, afectando a más de la mitad del zooplancton del océano.
La cadena alimenticia colapsa y el atún desaparece
Esta desnutrición en la base es una amenaza directa para la comida que llega a nuestros platos. Si los zooplancton de la zona crepuscular colapsan o desaparecen, los peces más grandes, como el atún y el mahi-mahi que bajan a esas profundidades a alimentarse, se quedan sin comida. El colapso de esta cadena alimenticia podría destruir las pesquerías comerciales y poner en grave peligro la seguridad alimentaria de muchas comunidades en el mundo.
La urgencia por empezar esta minería viene impulsada en gran parte por Estados Unidos. En medio de la disputa comercial con China, el presidente Donald Trump ha mostrado un fuerte interés en acelerar los permisos para minar el fondo marino y así no depender de los minerales críticos que controla el gigante asiático. Esta presión geopolítica está empujando a que la industria se desarrolle más rápido de lo que la ciencia puede estudiar los daños.
Un gran desafío en los mares
El daño que esta actividad causa al ecosistema es potencialmente irreversible. Hay zonas del fondo marino donde se realizaron pruebas de minería hace 50 años que todavía no se han recuperado. Además del peligro para la fauna, la minería submarina podría alterar el dióxido de carbono que el océano absorbe y almacena, afectando directamente al clima global.
Debido a estos riesgos, 38 países, incluyendo a España han alzado la voz para pedir una moratoria (una prohibición temporal) de la minería en aguas profundas. La mayoría de la comunidad científica y organizaciones como Greenpeace abogan por que se detenga todo hasta que se tenga una investigación completa.
La pregunta final es ¿vale la pena obtener unos pocos minerales si el precio es destruir la forma en que funcionan nuestros océanos, la mayor fuente de vida del planeta? La respuesta de muchos países es un rotundo NO, pues consideran que el riesgo de causar un daño irreversible a la cadena alimenticia de los océanos es demasiado grande como para arriesgar el planeta por unos cuantos minerales, sin embargo, aún no sabemos qué decisión se tomará, así que solo queda esperar que sean conscientes con las consecuencias que esto pueda tener, sobre todo ahora que los mares ya están cambiando.











