Parece ser que hay algo que no soportamos. Ver dos orillas cerca y no poder cruzarlas caminando o en coche. A lo largo de nuestra historia, miramos mapas y horizontes con la obsesión de unir la geografía del mundo. Esa necesidad de conectar continentes y culturas va mucho más allá de lo económico. Es un capricho por dominar nuestro entorno. Sin embargo, no todos los estrechos son iguales, ni todos los mares se dejan domar de la misma forma. Existen puntos del planeta donde la cercanía es tentadora pero la naturaleza pone sus propias barreras.
De puentes imposibles a décadas de papel mojado
Esta historia en particular no es nueva. La idea de coser estas dos tierras lleva rondando las cabezas de los visionarios desde el siglo XIX. Hace más de 150 años que se viene soñando con esto. Desde finales de los años setenta, la cosa se puso más seria con acuerdos oficiales y la creación de sociedades estatales dedicadas exclusivamente a estudiar cómo cruzar el charco. Pero la realidad geológica puso los pies de todos en la tierra. La zona es sísmicamente muy activa y las profundidades son abismales, así que el puente se descartó.
Desde entonces, el enfoque cambió hacia el subsuelo, hacia la idea de excavar. Pero claro, del dicho al hecho hay un trecho enorme. Pasaron cuarenta años de cumbres, fotos oficiales, inyecciones de dinero público y estudios técnicos interminables. Hasta hace poco, solo servían para confirmar que era una tarea titánica. Se gastaron millones solo en mantener vivas las entidades encargadas del proyecto y en actualizar papeles.
Se soñó hace más de 150 años y España lo retomará
Pero parece que esta vez va en serio. La tecnología ya no es la excusa para no hacerlo. El famoso enlace fijo entre España y Marruecos a través del Estrecho de Gibraltar recibió un espaldarazo clave. La empresa alemana Herrenknecht, que son los reyes mundiales de las tuneladoras, entregó un estudio en junio que dice, palabras más, palabras menos, que el túnel es técnicamente viable. Con este informe en la mano, el Gobierno español y sus homólogos marroquíes reactivaron la maquinaria burocrática con una meta clara. Tienen tomar una decisión definitiva en 2027.
El diseño actual contempla un túnel ferroviario de unos 42 kilómetros, de los cuales 28 irían bajo el agua, conectando Punta Paloma en Cádiz con Punta Malabata cerca de Tánger. Sería un sistema de tres tubos. Dos para trenes (tanto de alta velocidad como de mercancías) y una galería central de servicios y seguridad. Básicamente, quieren replicar el modelo del Eurotúnel pero en un entorno mucho más hostil, aprovechando una zona conocida como el «Umbral del Estrecho» para no tener que bajar tanto. Tendrían que excavar a unos 475 metros de profundidad máxima.
La realidad de una obra fantástica
Los retos no son solo económicos. También son logísticos. Están hablando de perforar roca y sedimentos variables bajo una presión de agua bestial y en una zona donde la tierra a veces se mueve. Por eso, delegaciones de ambos países ya viajaron a Noruega para ver cómo están construyendo allá el túnel Rogfast. El más profundo del mundo, para tomar notas.
Si todo sale como lo vienen planeando estaremos frente a un proyecto enorme. Dentro de unos quince o veinte años, el Estrecho de Gibraltar dejará de ser una frontera física para convertirse en una forma de transporte. Queda mucho camino. Se tienen que terminar de planear los proyectos y picar muchísima roca, pero podríamos estar frente a una enorme posibilidad. Unir Europa y África puede dejar de estar solo en los papeles después de más de 100 años. Ya no será solo un dibujo en el mapa. Puede ser una realidad.













