Europa quiere frenar a China y salvar a sus fabricantes: Tiene un plan y no puede fallar

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Publicado el: 16 de noviembre de 2025
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Europa automóvil

Consolidado como el medio de transporte predilecto de la modernidad, el automóvil supo ser el prodigio de Europa, imperio que vio nacer a las principales firmas de coches. Sin embargo, la historia comenzó a cambiar con la irrupción de China en el mercado automotriz. Pero el viejo continente guarda un as bajo la manga para volver a tener el dominio del tablero industrial.

China revolucionó la industria automovilística

El siglo XX fue la época dorada de grandes marcas de coches, como Mercedes-Benz, Peugeot o Renault, que, basándose en la producción en cadena divulgada por Henry Ford, alcanzaron el auge de la fabricación e introdujeron sus novedosos modelos en el comercio a escala internacional.

En plena Guerra Mundial, el sonido de los motores cobró impulso lento pero seguro. Y, al ritmo del declive de algunas naciones, países más afortunados presenciaron las consecuencias millonarias del comercio automotor, que estallaría en la posguerra, posicionando a marcas europeas como líderes mundiales.

Hacia los años 70, y con las grandes corporaciones ya consolidadas, los modelos económicos encantaron a las clases medias, convirtiendo a los coches en un integrante más de la familia y un prolífero medio de transporte que pronto comenzó a invadir las metrópolis.

El incremento masivo de la demanda y la globalización de la competencia alimentaron el perfeccionamiento de las ofertas que, superando la austeridad que caracterizó al período de paz y reconstrucción del armado político-económico mundial, concentraron sus esfuerzos en el diseño de los autos lujosos.

En estas condiciones, la megaindustria automotriz europea llegó a las puertas de los ansiados años 2000 con capacidad de hacer grandes inversiones en tecnología y ciencia, que posibilitaron la materialización de prototipos con motores de alto rendimiento, confort, diseños modernos y compatibles con innovadores accesorios, como los teléfonos celulares. 

Pero un participante inesperado irrumpió en la escena: China inició su despegue en la primera década del nuevo milenio, superando a Estados Unidos y, más temprano que tarde, a Europa, con su capacidad de hiperproducción.

Lo que comenzó como un tímido acercamiento, mediante las «Joint Ventures» (asociaciones entre empresas locales y extranjeras), fue la llave que le abrió las puertas a la potencia oriental para convertirse en el temor del continente europeo, que hoy baraja sus posibilidades de supervivencia.

El desacierto de Europa

Actualmente, modelos de cuatro ruedas pertenecientes a marcas como MG, BYD, Omoda o Jaecoo se pasean por las calles de Reino Unido, España, Alemania y naciones vecinas, compitiendo codo a codo con la industria local.

Informa El Periódico de la Energía que, solo en junio de este año se registró la matriculación de, al menos, 19 mil autos chinos en Reino Unido, fenómeno que se repitió en España bajo la cifra de 10 mil. ¿La clave? Un diseño confortable y práctico, aggiornado a las nuevas tecnologías y capaz de conservar la relación precio-calidad.

Pero mientras casas tradicionales como Volkswagen, Renault o Stellantis intentaban descifrar la receta oriental, dieron cuenta de una falla esencial: el costo de las regulaciones europeas. Con altos impuestos, coches de modelo pequeño incrementaron su valor hasta volverse impagables, y allanaron el camino a los competidores chinos.

En estas circunstancias, y con datos concretos como los registrados en Bruselas, que reflejaron la brusca caída de la industria automotriz, pilar del empleo y de la economía nacional, Europa pretende poner en acción un plan de salvataje infalible. ¿En qué consiste? La fórmula principal se basa en la fabricación de vehículos pequeños cuyo rango de precio esté entre los 15 mil y 20 mil euros, para competir con los accesibles precios chinos.

Desafíos por delante

Europa, dependiente de la importación de autopartes extranjeras, y con costos de producción y ensamblaje sumamente altos, se enfrenta al enorme desafío de remodelar todas las instancias de su sistema de fabricación, a los fines de garantizar el cumplimiento del objetivo.

Un tercer problema son la volatilidad de la demanda y la voracidad de los avances tecnológicos, que perfilan una clientela que corre tras la novedad, motivada por un interés nómade y fácil de dispersarse.

Por este motivo, los gobiernos deberán acompañar a los industriales en la gran hazaña, con la reforma de las reglamentaciones tributarias, que permitirá asegurar el rescate de una de las fuentes de ingresos más importantes del continente, y la conservación de su liderazgo mundial en la materia.