Cuando te aseguren que los coches eléctricos no contaminan, haz esto: Muéstrales este artículo

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Por Luz V.
Publicado el: 16 de noviembre de 2025
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Fondo del mar

Hay impactos que no salen en la foto. Bajo la superficie, literalmente, se está jugando una parte de la “transición verde” de la que poco se habla. Hablamos de la carrera por los metales que alimentan baterías, redes y motores eléctricos. A más de mil metros de profundidad, donde casi no llega la luz, se está probando una idea que puede abaratar materiales clave… pero también desordenar la base misma del océano. Muchas veces creemos que nuestras elecciones implican un cambio verde, pero en ocasiones, detrás de esto, sigue habiendo contaminación.

Lo que no vemos de la «energía limpia»

En la zona Clarion-Clipperton del Pacífico, una región gigantesca con licencias de exploración, un vertido de prueba reveló algo inquietante. Al levantar nódulos polimetálicos y procesarlos a bordo, las operaciones generan una nube de partículas que se devuelve al mar. Vistas desde arriba no dicen nada; vistas desde dentro, pueden cambiarlo todo.

Un estudio reciente siguió ese rastros. ¿Qué fue lo que encontró? Que las partículas de ese vertido «diluyen» el alimento natural del llamado océano crepuscular. Es decir, el que está entre 200 y 1500 metros de profundidad. Allí, buena parte de la vida come partículas orgánicas de cierto tamaño. El problema está en que el material minero tiene entre 10 y 100 veces menos valor nutritivo que el natural. Es como si estuviésemos reemplazando la comida con aire.

Los datos dejan en claro varias cosas. El 65% de los consumidores analizados en esas aguas dependen de partículas mayores de 6 micras, justo lo que la pluma minera puede sustituir. Más de la mitad del zooplancton y el 60% del micronekton se alimentan de esos tamaños. Si se cambia la base del menú, todo lo que está más arriba puede verse afectado por el efecto dominó.

Los eléctricos no echan humo pero el problema está antes

Los conches eléctricos no emiten por el escape. Su contaminación directa es prácticamente nula. Sin embargo, su huella arranca desde antes de nacer, en la extracción de los metales que hacen posibles sus baterías. La minería submarina puede cambiar la calidad de las partículas que comen los filtradores. 

Algunas compañías han propuesto liberar esos residuos en la zona mesopelágica porque es operativo. Los científicos advierten que es justamente donde vive y se alimenta buena parte de esa comunidad. De ahí la recomendación técnica. Si insisten en minar, que devuelvan los sedimentos al fondo, donde salieron, aunque sea más caro y complejo. Otros actores del sector afirman que planean descargar a unos 2.000 metros por debajo de la zona analizada y que las partículas se disipan rápido. El debate científico sigue abierto.

¿Quién marca las reglas en el tablero mundial?

Mientras las pruebas se multiplican, las normas van por detrás. La Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA), el organismo de la ONU que administra los recursos en aguas internacionales, trabaja desde 2014 en un Código Minero que aún no se aprueba. Hasta ahora solo existen licencias de exploración. Ninguna para explotación comercial. Aun así, hay presiones para acelerar, y también frenos: en la última reunión de la ISA, 32 países pidieron una moratoria global para pausar la minería hasta entender mejor sus efectos.

Cuando alguien diga que los eléctricos “no contaminan”, la respuesta debería ser que no contaminan al circular, pero sí pueden hacerlo en su cadena de suministro, desde el polvo de frenos o neumáticos hasta, sobre todo, el origen de sus materiales. El estudio en el Pacífico no va contra el coche eléctrico. Va contra la idea de que todo vale para conseguir sus metales. Cambiar el alimento del océano por una nube de partículas pobres puede tener consecuencias en cascada que aún no medimos del todo. Es importante proteger todos los espacios del planeta, incluidos los océanos.