El precio de la electricidad se convirtió en una de las principales preocupaciones en cualquier casa. Las facturas suben, la dependencia de combustibles que vienen de fuera es un problema y la preocupación por el medio ambiente ya no es un tema de unos pocos. La gente está buscando alternativas. Se ha extendido la sensación de querer tener algo más de control sobre la energía que consumimos, en lugar de ser simplemente un cliente que paga a fin de mes. Este interés creciente ha chocado durante mucho tiempo con la realidad del modelo centralizado de la energía.
El problema de vivir en un piso
El primer impulso de autoconsumo es lógico: poner un panel solar en tu propio tejado. Es una solución fantástica, pero que deja fuera a una parte enorme de la población. ¿Qué pasa si vives en un edificio de pisos? ¿Qué haces si tu tejado no tiene la orientación correcta o tiene sombras? En un país donde la gran mayoría de la gente vive en edificios plurifamiliares, esta solución individual tiene un techo de cristal muy bajo.
La respuesta a esto es simple pero poderosa. Hablamos de agruparse. Si un solo vecino no puede, ¿por qué no juntarse en comunidad? o incluso todo el barrio. Este modelo colaborativo es el que realmente pude llegar a cambiar las cosas como las conocemos. Permite que personas que antes estaban totalmente excluidas de la generación de energía ahora puedan participar. Se trata de unir fuerzas con otros en la misma situación y compartir los beneficios de una instalación que pueda ser más grande y más provechosa.
De vecinos a comunidades energéticas
Esta idea de «unirse para generar» tiene un nombre oficial en España y es la gran apuesta para acelerar la transición: Comunidades de Energías Renovables (CER). La ley las define como entidades jurídicas donde cualquiera puede entrar de forma voluntaria. No es un club cerrado. Están pensadas para que participemos ciudadanos de a pie, pymes e incluso administraciones locales, como el ayuntamiento del pueblo.
Lo más revolucionario de este modelo es su objetivo principal. Según la ley, la finalidad de una comunidad energética no es el lucro financiero, no se trata de forrarse de dinero. El objetivo es generar beneficios claros en el entorno local: beneficios medioambientales, sociales y económicos. Se trata de que la inversión se quede en la zona, de crear empleo local y de fortalecer el tejido social del barrio o el pueblo.
¿Cómo funcionan las comunidades energéticas?
Las actividades van más allá de poner paneles solares y repartir luz. Sus actividades van desde gestionar la eficiencia energética del edificio, instalar almacenamiento hasta poner puntos de recarga para vehículos eléctricos o distribuir la energía. Son en definitiva, pequeños centros neurálgicos de energía local que dan un poder real a los ciudadanos.
El gobierno está afinando las reglas. Se van a crear nuevas modalidades, como la de «excedentes compartidos», que permite que un colegio o un centro comercial, por ejemplo, comparta solo la energía que le sobra. También se creará la figura del «gestor del autoconsumo», una persona o empresa que se encargue del papeleo en nombre de la comunidad.
Aún quedan retos por delante. La financiación inicial de los proyectos y la burocracia técnica siguen siendo un freno. Pero el camino está marcado. El objetivo del Plan Nacional es llegar a 19 GW de autoconsumo en 2030. Esta fórmula es la herramienta perfecta para democratizar la energía limpia. Se trata de avanzar hacia un modelo más justo, más eficiente y más nuestro, bajo el lema de «personas con energía propia». Tal vez la solución al problema energético este en organizarnos y compartir.











