La frase atribuida a Stephen Hawking (Si tienes la suerte de encontrar el amor, recuérdalo y no lo tires) se ha vuelto a viralizar como cita motivacional. El problema es que, en su formulación más difundida, se recorta el contexto y, a veces, se altera el sentido. En la entrevista en la que Hawking enumeró “las piezas de consejo más importantes” para sus hijos, el cierre sobre el amor no lo presenta como algo simplemente “ahí”, sino como algo “raro” y, por tanto, valioso de conservar.
Ese matiz no es un detalle menor. Si el amor “está”, la frase suena a recordatorio genérico. Si el amor es “raro”, el mensaje cambia de densidad, porque apunta a la fragilidad de lo excepcional y al coste de desperdiciarlo. Es un giro coherente con un científico que insistió durante décadas en la perspectiva (mirar “arriba” para no quedar atrapado en lo inmediato) y en la disciplina del trabajo como forma de sentido.
El consejo completo suele circular en tres pasos. Primero, levantar la mirada (literal y simbólicamente) hacia lo que amplía el horizonte. Segundo, no abandonar el trabajo entendido como propósito, no como simple empleo. Tercero, proteger los vínculos cuando aparecen, precisamente porque no se reparten de forma equitativa ni garantizada.
Esta tríada, contada como una lección doméstica, es también un resumen de la biografía pública de Hawking, un intelectual que trabajó en Cambridge desde 1962, llegó a ocupar la cátedra lucasiana y siguió investigando pese a vivir durante décadas con una enfermedad neurodegenerativa.
En lo biográfico, Hawking nació en Oxford en 1942 y murió en Cambridge en 2018. Con el avance de su enfermedad, perdió el habla y dependió de sistemas de comunicación que evolucionaron hasta detectar el movimiento de su mejilla mediante infrarrojos, un detalle técnico que explica por qué su voz sintetizada terminó siendo tan reconocible como sus ideas.










